Balbuceando sobre Dios
Miles de palabras, cientos de
imágenes y nada. Trato de explicar a Dios y cuanto más lo intento más me
confundo. Quizá es tiempo de callar sobre Dios y descubrirlo en el silencio. En
esa actitud donde me descubro ignorante.
Desde siempre la humanidad ha
intentado darle una explicación a lo desconocido, al tremendo misterio que
inunda nuestras limitaciones. Entonces, comenzamos a hacer imágenes, ilustramos
lo desconocido por medio del arte: pintamos, esculpimos y hacemos música tratando
de crear al Creador. Y esto no nos conforma, nos parece incompleto. Entonces seguimos
intentando, ahora por medio de las palabras. Los sermones, las predicaciones y montañas
de libros tratando de suplir esa imperiosa necesidad de darle forma a eso que
llamamos Dios. Y continuamos intentando hacerlo tangible todos los días, pero
parece un imperioso trabajo que nos llevará, sin duda, a fracasar. Porque Dios
se nos escapa de las manos como el agua entre los dedos. Cruces, símbolos,
iconos, esculturas, palabras, intentos torpes y absurdos de darle forma a quien
no tiene forma, a quien es libre y difícil de definir.
Me doy cuenta, entonces, que
debo hacer una pausa, frenar y dejar todas las habladurías y callarme frente a
Dios. Quizá Él se explique mejor. Quizá por eso existe una prohibición bíblica
hacia las imágenes que traten de representar el cielo. Porque desde esta
superficie terrena no podemos entender del todo algo que no conocemos del todo.
Cuando creemos que podemos tener a Dios en nuestras manos y explicarlo surgen
los mitos, la magia y esforzados artilugios que pretenden encajonar al cielo en
un diminuto pedazo de tierra, o mente o culto. Entonces, ¿quién es Dios? La
Biblia nos da tantos nombre y adjetivos sobre Dios que es imposible ponerlo en
una simple definición. No haríamos justicia a su realidad con nuestras
limitaciones. Dios es un balbuceo para el ser humano, es un “quizás es…”, es un
camino y como tal no podemos definirlo totalmente hasta el final, cosa que
tampoco conoceremos.
Algunos trataron de definirlo
como hombre y se equivocaron, otros trataron de mirarlo desde una teología
feminista y descubrieron que tiene algo de mujer, pero también de hombre, de
hermano, de hermana. ¿Dios sería un hibrido? No lo sé. Elohim es la expresión gramatical hebrea que se usa para darle
nombre y representa una expresión en plural. Porque Dios es plural. No singular
como algunos pretenden clasificarlo. Porque algo en singular es sujeto de
análisis. Dios no. Porque es el padre del género humano, cualquiera sea éste. Según
la Biblia hebrea todos salieron de su vientre materno. Quien conoce la Biblia
sabe que hablar de teología como presunta ciencia de Dios sería algo impensable
y alocado para un hebreo, sin embargo existen personas tratando de darle
sentido y explicación. Con un intento totalmente alejado de la humildad buscan
darnos imágenes de Dios por medio de palabras, que desnudan más sus miserias
que la esencia de Dios. Ni Jesús se atrevió a pronunciar el nombre de Dios
porque como judío piadoso no podía hacerlo, sino que utilizó trece diferentes
paráfrasis como Señor, Padre o Santo.
Por esto deberíamos hablar menos
de Dios y en cambio actuar y vivir de un modo que nuestro prójimo tenga motivos
para preguntarnos sobre Él. Y en ese momento no tratar de explicar nada, porque
no podemos, no sabemos, pero creemos que es posible conocer algo de Dios en
medio del amor hacia el prójimo. No hay otra forma. Como todos estamos
expuestos al sol, al viento y a todas las inclemencias del tiempo, también
estamos abiertos a Dios. No hay canales únicos de su amor o su presencia. Y no
hay duda que para Él no existen categorías humanas, Él busca ser padre de
todos. Para los rabinos existe una máxima que explica que Dios está más allá de
las categoría humanas que separan. Ellos afirman que existen tres lados: el
tuyo, el mío y ¿el lado correcto? Dios está más allá del tú, del yo, ¿Él está
en el nosotros?
Dietrich Bonhoeffer supo decir:
un Dios que existe, en verdad no existe. Si pudiera explicar a Dios dejaría de
existir porque no haría justicia a sus múltiples formas y caminos. Martin Buber
afirmaba que cuando veo a Dios como un “él” o como un “eso” perdemos el tiempo.
Solo un Dios que sea un “tú” y que esté frente a mi como un “tú” aceptándolo
como interlocutor es posible de ser sujeto de diálogo. A Dios no se lo define,
con Dios se dialoga. Por esto mismo la primer condición para hablar con Dios es
el silencio. No puedo hablar con Dios sin que todo comience en un profundo
silencio. Pero, ¿qué significa el silencio frente a Dios?
Un día Moisés se atrevió y le
preguntó a Dios ¿quién eres? Y la respuesta de Dios es intraducible: seré el que seré (del hebreo Ehyeh asher ehyeh, en éxodo 3:14). Dios
habla por medio de la zarza y dice palabras imposibles de traducir. Lo que
significa que no puedo saber el dónde, el cuándo y el cómo de Dios. Él afirma
que no podemos saber en absoluto cómo estará con nosotros, cómo nos apoyará, ni
cuándo lo hará, pero que podemos confiar. En medio de tanto ruido espiritual
que trata de explicar lo inexplicable, el silencio es el punto de partida para
dejar hablar a Dios. Mi silencio es proporcional a mi deseo de escucharlo. Dios
no habla cuando yo estoy en medio del ruido. Necesita mi silencio interior.
Necesita una espiritualidad del silencio. Las religiones han tratado siempre de
hablar, de crear imágenes y de balbucear sobre Dios. Por esto es realmente
difícil creer a cosas tan insoportables de creer. Por esto respeto a quien no
cree. Quizás hemos tapamos la boca de Dios con nuestras manos. Quien no cree
desea creer, pero no a nuestra voz, sino a esa voz que suena mejor.
Tratar de explicar a Dios con
nuestras palabras humanas no se resiste a interpretaciones muy propias,
personales y mediadas por el tamiz de mi experiencia. Hablar de Dios, entonces,
se convierte en un acto de egocentrismo. Porque hablo de lo que yo creo e
interpreto de Dios. Por esto mismo, las comunidades cristianas originarias eran
lectoras, no habladoras. En la lectio
divina se buscaba leer a Dios, no
hablar sobre Él. Hacer silencio frente a esa palabra que irrumpía en medio de
la comunidad. Y en esa libertad compartida, donde todos escuchaban, Dios
hablaba. En un mundo de habladores necesitamos recuperar a los escuchadores.
Hoy se aplaude a quienes hablan, yo aplaudiría a quienes saben escuchar. Quizás
a Dios le interese más mis oídos que mis palabras. Los judíos no pronuncian el
nombre de Dios, las demás religiones utilizan decenas de palabras para tratar
de nombrarlo, todos son balbuceos llenos de humildad, llenos de silencio. El
cristiano necesita callarse aprendiendo de las religiones hermanas.
Extraño ese tiempo de silencio
frente al único que tiene cosas para decir. Y cuando Él deja de hablar quizás
puedo proferir alguna palabra o no, mejor me quedo en silencio, contemplándolo.
Porque el silencio no significa ausencia de una relación, sino la posibilidad
de no interrumpir o quizá la comodidad de estar con otro,
diferente a mi, pero que me acompaña siempre a formar un nosotros que une el cielo y la tierra.
Súblime lectura!
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