Espiritualidad al revés




«Cierto día, algunos fariseos y maestros de la ley religiosa llegaron desde Jerusalén para ver a Jesús. Notaron que algunos de sus discípulos no seguían el ritual judío de lavarse las manos antes de comer. (Los judíos, sobre todo los fariseos, no comen si antes no han derramado agua sobre el hueco de sus manos, como exigen sus tradiciones antiguas. Tampoco comen nada del mercado sin antes sumergir sus manos en agua. Esa es solo una de las tantas tradiciones a las que se han aferrado, tal como el lavado ceremonial de vasos, jarras y vasijas de metal).» Marcos 7:1-4

Una de las mayores preocupaciones de los religiosos en el tiempo de Jesús era la purificación externa del ser humano. Ellos tenían la firme convicción de que los ritos que incluían el lavado de manos, de los elementos para la ceremonia y para comer, entre otros, aseguraban una espiritualidad sana.

Los fariseos se habían enfocado tanto en el aspecto externo que habían descuidado (y hasta minimizado) el desarrollo interno de la fe. En reacción a esto muchos se apartaron de la fe judía o simplemente desarrollaban su fe retirados de la sociedad (esenios). La vestimenta, el estatus social, el conocimiento e interpretación de las escrituras, las tradiciones establecidas, etc. habían consolidado una estructura religiosa que los protegía de ser indagados internamente por su fe. En otras palabras, ellos controlaban su espiritualidad y eran los controladores o auditores de la fe del pueblo.

            Los fariseos fueron creyentes sinceros en su origen, pero en algún momento se desviaron, creyeron que podían domesticar la fe, tenerla en sus manos, imponerla y establecer cómo se debía experimentar externamente. Jesús irrumpe en su paradigma y les quita el poder sobre la gente, hace esto al cambiar la forma de expresión de la fe. Hasta ese momento todos creían que para ser purificado internamente se debían hacer «cosas externas». En nuestra versión actual sería ir a las reuniones, orar, hacer el devocional todos los días de tu vida para tener una fe saludable, etc.

Todavía hoy se siguen escuchando las voces de los fariseos. No está mal hacer estas cosas, pero Jesús nos muestra que van en segundo lugar. El primer lugar lo gana lo que sucede internamente en nuestra mente y corazón.

 La búsqueda de Dios, el deseo de dejarnos encontrar por Él, la inquietud de querer servirlo, el amarlo sin condiciones y comenzar a expresar ese amor donándonos a los demás surge de nuestro interior y se expresa externamente por medio de las obras. No se puede obligar a nadie a que ame a otras personas. Todo comienza en lo más profundo de nuestro ser y nadie puede intervenir en esa decisión tan íntima y personal. Nadie puede obligarnos a amar a Dios, ni tampoco a adorarlo, ni a servirlo, ni hablar de Él a otros… Debemos ser nosotros los que sintamos en nuestro corazón la «divina inquietud» inspirada por el Maestro.



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