¿Cómo estar CERCA de los adolescentes y jóvenes?




            Existen diferentes metodologías para establecer relaciones y “ganarse” a las personas. Sin embargo, con la nueva generación no necesariamente funcionan estos “tips” de ayuda que no dejan de ser parte de estrategias manipulativas. Ahora bien, ¿cómo podemos acercarnos a ellos sin una agenda oculta o un interés que vaya más allá? Las relaciones auténticas radican en la simpleza de presentarnos tal cual somos. Recuerdo una frase que observé en una prenda de un joven en Caracas (Venezuela). En ella decía, “Es lo que hay” y se aplica a las relaciones humanas. Desde el momento que aceptamos quiénes somos y tenemos la capacidad de comenzar a amarnos es que podremos aceptar y amar a los demás. Mientras no estemos bien con nosotros mismos no será fácil interesarnos saludablemente por el prójimo.

            Es esencial reconocernos a nosotros mismos, saber quiénes somos, cuáles son nuestros logros y en qué cosas debemos mejorar. Desde este punto de partida podemos conocer a los demás. Esto es importante para “ver” al otro. Todo aquello que no aceptemos en nosotros no lo aceptaremos en los demás, como también trataremos de imponer todo “lo bueno” que tenemos. Como adultos tendremos que pensar en nosotros mismos por un momento y plantearnos una serie de preguntas que nos confrontarán: ¿qué cosas aprecio de mi persona? ¿me amo? ¿qué cosas positivas me gustaría transmitir a otros? ¿de dónde he aprendido estas cosas? ¿impongo mi forma de ver el mundo a otros? ¿he vivido mirando la vida por medio de ojos ajenos?

            Luego de transitar este camino comenzaremos a mirar a los demás, pero buscando intencionalmente no juzgar aquellas cosas que no compartimos o que no entendemos. Los seres humanos estamos hechos de costumbres, paradigmas y formas de ver el mundo que muchas veces se estanca y no crece. Alguien dijo alguna vez que la persona que no puede cambiar es una persona que ha envejecido. Volvernos viejos significa que no podemos aceptar que la vida es dinámica y que las generaciones tienen sus propias formas de ver la vida. Ahora bien, lo que trasciende a todas las generaciones no son los usos y costumbres, sino los valores. Las virtudes que hemos visto y percibido en las personas que nos antecedieron siguen con nosotros y luego serán vivenciadas por los adolescentes y jóvenes con los que estemos cerca. Lo que quizás deberíamos preguntarnos es si estamos enfocados en esta transmisión de valores o estamos perdidos en la vorágine de corregir a los demás o trabajando para dejarles objetos que se pudren o desvalorizan con el tiempo.

            Revisando mis apuntes de Antropología, me encontré con una afirmación que ha cambiado mi forma de ver a la nueva generación. Esta frase dice: “la persona humana se dignifica cuando alguien nota su presencia y cuando su aporte es validado para la comunidad de la cual es parte”. Me parece un principio iluminador de las relaciones con los demás. Cuando valoramos al otro lo dignificamos o por lo menos lo hacemos consciente de la dignidad intrínseca que tiene. Cuando estamos en una comunidad donde notan lo que hacemos, lo celebran y se valora nos encontramos en un familia. La nueva generación ha sido nombrada como la primera en la historia “huérfana de padres vivos”. Esto significa que lo que más necesitan los adolescentes y jóvenes es una familia o una comunidad donde alguien note su presencia y su contribución. Si esto no sucede hemos fracasado como personas y viviríamos en una soledad completa. No tener destinatarios de nuestro valor puede sumergirnos en las peores de las frustraciones. Nuestro desafío es que notemos la presencia de los adolescentes y jóvenes y valoremos lo que son como seres humanos.

            Por otro lado, estar cerca significa encontrar aquello común que nos une. He escuchado a muchos adultos argumentar que al no tener cosas en común con la nueva generación les parece frustrante establecer un diálogo sin contenido o un encuentro sin un hilo que los conecte. Pensemos juntos cuán mal nos ha hecho este prejuicio. Imaginemos que entre padres e hijos no hay nada en común en materia cultural, quizás no escuchan la misma música, no tienen las mismas costumbres y aún no entienden mucho los códigos de unos y otros. Sin embargo, más allá de estas cuestiones los padres y los hijos no dejan de encontrarse porque los une algo más que la cultura, los une la pertenencia el uno del otro. Esta isla de conexión puede ser el amor que se tienen, el respeto o el deseo de aprender unos de otros. Lamentablemente hemos reducido las relaciones intergeneracionales a lo meramente cultural y no a todo aquello que ha unido al ser humano en su historia: el amor, el respeto, el deseo de darnos y recibir aprendizaje de los demás. Nuestros hijos, nuestros alumnos y cada adolescentes y joven de hoy necesita de una “filosofía del encuentro” donde las generaciones vuelvan a revalorizarse por medio de una apertura de unos hacia otros.

            Tomemos uno de estos valores que nos unen: el amor. Amar es afirmar que es bueno que el otro exista como dice el filósofo J. Pieper[1]. Decirle a nuestros adolescentes y jóvenes que estamos felices de que vivan y que nos alegra conocerlos puede causar que la cercanía sea una realidad. Ahora bien, esta cercanía se transforma en convivencia cuando deseamos en encuentro en los buenos y malos momentos de la vida. Por esto mismo, amar también es sufrir junto al otro. No mirar para otro lado en medio del dolor de la nueva generación es una forma de estar cerca. Me gusta llamar “actualización dolorosa” a la constante búsqueda de saber, conocer y hacer algo frente al dolor del otro. Los adolescentes y jóvenes están viviendo el dolor en carne propia cuando se sienten aislados por sus familias, cuando son abusados por sus compañeros de escuela, o cuando quedan embarazadas y nadie quiere ayudarlas en medio de sus malas decisiones. Cuando decidimos estar cerca del dolor del otro nos convertimos en su prójimo, palabra que denota proximidad con la necesidad más real de la persona y su atención constante.

            Amar también significa tener esperanza en el otro. Ver al otro con una mirada positiva y creyendo que lo que emprenda tendrá frutos. Una de las cosas que más desean los adolescentes y jóvenes es que nosotros, los adultos creamos en ellos, aportemos a su causa y demos de nuestros recursos para sus proyectos. Si visitamos la mayoría de las Fundaciones, ONG´s o Asociaciones con fines de lucro encontraremos que sus integrantes y fundadores son adolescentes o jóvenes con la inquietud de ayudar a otros. Lo que más necesitan estos chicos es que sus adultos estemos cerca para llevar adelante sus lindas locuras.

           
 En resumidas cuentas estamos CERCA cuando:
 Aceptamos a las personas por lo que son y no por lo que deseamos que fueran según nuestros criterios.
Dignificamos al otro notando su presencia, su valor y su aporte.
Buscamos y encontramos aquello común que nos une que va más allá de lo meramente cultural sino que tiene que ver con los valores compartidos.
Afirmamos con nuestras palabras y nuestros hechos que es bueno que el otro exista.
Tenemos esperanza en el otro.
Nos damos para que otros se realicen en sus proyectos, sueños y deseos.

           


[1] J. Pieper, Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid, 1990.

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