Más allá de mi ombligo
Entonces Jesús salió de nuevo a la orilla del lago y enseñó a las multitudes que se acercaban a él. Mientras caminaba, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en su cabina de cobrador de impuestos. «Sígueme y sé mi discípulo», le dijo Jesús. Entonces Leví se levantó y lo siguió. Más tarde, Leví invitó a Jesús y a sus discípulos a una cena en su casa, junto con muchos cobradores de impuestos y otros pecadores de mala fama. (Había mucha de esa clase de gente entre los seguidores de Jesús). Cuando los maestros de la ley religiosa, que eran fariseos, lo vieron comer con los cobradores de impuestos y otros pecadores, preguntaron a los discípulos: « ¿Por qué come con semejante escoria?». Cuando Jesús los oyó, les dijo: «La gente sana no necesita médico, los enfermos sí. No he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores» Marcos 2:13-17
Un
antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una
canasta llena de frutas cerca de un árbol y les dijo a los niños que aquel que
llegara primero ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que
corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después
se sentaron juntos a disfrutar del premio. Cuando él les preguntó por qué
habían corrido así, le respondieron: «Ubuntu, ¿cómo uno de nosotros podría ser
feliz si todos los demás están tristes?». Ubuntu
en la cultura xhosa significa «yo soy porque nosotros somos ».En el relato de hoy Jesús demuestra
tener el mismo principio xhosa: ¿cómo puedo ser feliz sí hay muchos que están
dolidos?
En la cultura judía, en la cual se
ubica la historia de la invitación o llamamiento de Leví, sentarse a comer con
alguien tenía un significado muy particular: los que se unían en una comida se
aceptaban mutuamente y ambos podían relacionarse con Dios. Por lo tanto, comer
con una persona que tenía fama de «mala gente» era un grave error. Estar cerca
ya estaba prohibido y, más aún, compartir alimentos o dialogar. Era un
pensamiento similar al conocido «dime con quién andas y te diré quién eres». El
Maestro quiso transmitirles a las personas que eran mal vistas que Él las
aceptaba y que podían establecer una relación con Dios Padre. Esto es posible
porque Jesús nos ve como hermanos, por lo tanto, no puede estar feliz si nosotros
no lo estamos.
A pesar de esto, existía un grupo llamado «fariseos» que
tenían una serie de reglas que establecían quién era bueno y quién era malo.
Algunas de ellas tenían que ver con limpiarse las manos antes de comer, otras
con rituales religiosos, y así muchas más. Cumplir todas las cosas que los
fariseos indicaban era signo se ser «espiritual» o «bueno». No cumplirlas, te
etiquetaba como «pecador» o «mala persona». Jesús viene a romper con esta
clasificación de personas y desafía a estos hombres a amar a todas las personas
sin distinción religiosa y mirándolos a partir de su dignidad como seres
humanos.
La enseñanza que nos deja Jesús es
que no podemos juzgar a los demás porque ni Él lo hizo. Debemos, más bien, acercarnos
a los demás con una actitud comunitaria al igual que los xhosas. Pensando en el
bien de todos se construye un espacio de diálogo, solidaridad, tolerancia,
aceptación y sanidad. Jesús nos desafía a salirnos de nuestro pequeño mundo
conocido y controlado para adentrarnos en el mundo del otro y reconocerlo como
ser humano.
Para pensar:
¿Hemos
tenido la oportunidad de compartir con personas de otras culturas, religiones o
aun con hábitos diferentes a los nuestros?
¿Podríamos
juntarnos para conocer a las personas que quizás desconocemos y hemos juzgado
su estilo de vida?
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