Un árbol donde apoyarnos


A cada corazón que está dolido
A cada alma que se lamenta
A cada lágrima que se derrama
A cada esperanza que no se cumplió
A cada reloj que se detuvo ese día
A cada proyecto que se frustró
A cada persona que tenía alegría y un día se fue...

A ti y a mi

Uno de los mayores reclamos que escucho entre amigas y amigos es: no estuviste cuando te necesité. Es legítima esa queja, sin duda, pero más real es la necesidad que tenemos todos de ser apoyados en los momentos duros de la vida.

La palabra consuelo, en su origen, está relacionada con la palabra tree en inglés: árbol. También la palabra trustconfianza, proviene de la misma raíz. Para entender la metáfora podemos pensar en un árbol en el cual podemos apoyarnos porque confiamos en que no se moverá. Nos
escondemos de la tormenta debajo de un árbol; podemos descansar bajo su sombra. El árbol del consuelo no nos aleja de la realidad sino que nos permite descansar en medio del camino, pero luego nos devuelve al escenario de la vida.

Hay chicos y chicas adictos a los árboles del consuelo. Viven acurrucados a ellos. Sean sus novios, sus padres, sus mascotas, su dolor no dolido, su diario, su tragedia, etc. No quieren despegarse de él. Y la razón es que quizás eso les permite ser víctimas eternas y ese rol les causa un extraño placer, debido a que todos tienen puestos sus ojos en ellos.

El consuelo es un remedio para una herida profunda, no una droga de la cual dependemos. Es agua en medio del desierto; pero no queremos el desierto y el objetivo del agua es ayudarnos a salir de él. Alguien describió el consuelo como una estrella en la oscuridad del alma. Pero al otro día, cuando sale el sol, la estrella pierde significado. 

Hay un tipo de consuelo momentáneo que nos permite seguir adelante, pero lo necesitaremos nuevamente después de dar unos pasos. Ese consuelo es adictivo, nos causa dependencia. Puede ser una persona, una cosa o un lugar.

En la antigüedad existía una costumbre frente a las personas locas de dolor: se las aislaba, se las echaba en un manicomio o se las exiliaba a otro sitio. Vagando por la vida no encontraban en los demás un árbol, otro en quien apoyarse. Cuando el dolor llega a mi puerta, miro alrededor
y busco mis árboles. Cuando no veo uno, procuro encontrarlo, porque no puedo enfrentar al dolor solo. Las personas que están a mi lado, Dios y mis valores, son algunos de mis árboles.

Necesitar de un árbol, del consuelo, no es signo de debilidad sino de humanidad. Cuanto más necesitamos de otras personas, más humanos nos hacemos. Y cuando más nos acercamos a otros para consolarlos, más amamos como seres humanos. No permitas que la vida te encuentre solo.
Nacemos con alguien, transitamos la vida con otros y morimos al lado de quienes nos aman y hemos amado.

Tú también eres un árbol para los que te rodean. Quizás no sepas que tienes un recurso que nadie se anima a utilizar. O quizás nadie sabe que lo tiene. Poder mirar a los otros con ojos de amor puede darte una pista para llegar a su corazón.

El dolor puede enseñarnos, hacernos fuertes y
transformarnos en un consuelo viviente.



Fuente: Libro "Un día se fue", publicado por GAD ediciones.
Por más información: www.gabrielsalcedo.com


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