Ver a los demás
Cuando llegaron a Betsaida, algunas personas llevaron a un hombre ciego ante Jesús y le suplicaron que lo tocara y lo sanara. Jesús tomó al ciego de la mano y lo llevó fuera de la aldea. Luego escupió en los ojos del hombre, puso sus manos sobre él y le preguntó:
— ¿Puedes
ver algo ahora? El hombre
miró a su alrededor y dijo:
—Sí, veo
a algunas personas, pero no puedo verlas con claridad; parecen árboles que
caminan. Entonces Jesús puso nuevamente sus manos sobre los ojos del hombre
y fueron abiertos. Su vista fue totalmente restaurada y podía ver todo con
claridad. Jesús lo envió a su casa y le dijo:
—No pases
por la aldea cuando regreses a tu casa. Marcos 8:22-26
Las
personas necesitamos el contacto físico de unos con otros. Somos increíble y
maravillosamente dependientes los unos de los otros para ser acariciados,
abrazados, besados, etc. Como alguien dijo alguna vez, no podemos reírnos por
medio de nuestras propias cosquillas, sino que necesitamos que otros nos las
hagan para largar nuestras carcajadas. El contacto produce en cada uno de
nosotros algo sobrenatural. Las personas que experimentan el abandono o el
aislamiento y no han tenido la experiencia de ser tocadas sienten desconfianza
al querer ser abrazadas. Lo mismo sucede con aquellos que han sido tocados con
malas intenciones y han sido lastimados.
Jesús no temía tocar a las personas
para sanarlas. Era su estilo estar cerca de aquellos que necesitaban de Él. Aun
pudiendo sanar a la gente a la distancia, como hizo con algunos, Él prefería
conocer y experimentar la cercanía con aquel que tenía necesidades. En este
episodio vemos a un grupo de personas que lleva a un ciego para que el Maestro
lo toque. En el contexto en el cual se sitúa esta historia se entiende que
tomar de la mano a una persona era señal de una amistad profunda. Jesús toma de
la mano a este hombre como señal de amistad y, por unos minutos, se transforma
en su lazarillo. Lo guía hacia las afueras del pueblo cuidando su intimidad,
buscando no exponer sus dolencias y no hacer de sus milagros un espectáculo.
Después de apartarlo del pueblo
realiza una acción que nos sorprende: escupe a sus ojos y pone sus manos sobre
él. Ahora bien, no debe pasarnos desapercibido que toda persona que estuviera
enferma o tuviera alguna discapacidad era vista esta época como impura o
castigada por Dios. Sabemos que Jesús no cree esto de ninguna manera. Luego de
su acción inicial, el Maestro le pregunta al ciego si puede ver. El hombre le
contesta que ve gente, pero que parecen árboles que caminan. Al ser tocado por
segunda vez puede ver con claridad.
Recuerdo que un amigo psicólogo me dijo que uno de los
grandes inconvenientes en las relaciones interpersonales es que ciertas personas
creen que están solas en el mundo y que los demás o bien no existen, o bien
deben ser funcionales a sus caprichos. Me dijo, también, que la falta de
visualización del otro (no ver las necesidades, los derechos y el valor de los
demás) rompe con la capacidad de ser sensible y tener un contacto humano con
los demás.
Este ciego veía a las personas como árboles que caminaban y
no podía verlos como seres humanos. Cuando Jesús lo toca por segunda vez,
algunos elucubran que no solo le sanó su ceguera física, sino también su «ceguera
relacional». Ahora los demás serían seres humanos para este hombre.
La falta de percepción del otro o la cosificación de las
relaciones hace que vivamos solos en este mundo lleno de personas. Como alguien
dijo, «vivimos en un mundo donde cada uno se mira su ombligo y de esa manera no
puede darse cuenta de que más allá de ese orificio hay gente caminando».
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