máscaras


Alyssa abre un libro que la lleva a un mundo fantástico llamado Masquerade en el que cinco guardianas la ayudarán a conseguir las máscaras del destino: disciplina, sueños, alegría, valentía y amor. Sin embargo, la protagonista es engañada por la guardiana de la vanidad, quien la tienta a ponerse su máscara con el objetivo de evitar que el mundo Masquerade siga existiendo. De todos modos, Alyssa logra demostrar que el perdón es la mayor demostración de amor, obteniendo así las cinco máscaras y salvando a Masquerade.

La noche se prestaba para ir al teatro. Estrellada, con poco frío y un viento que acariciaba el rostro sin distinción de razas, economías o lo que fuere. Subimos al segundo piso con mi amigo Leonel y nos sentamos en los asientos numerados, en unas incómodas butacas. Sabíamos que sería una larga noche, pero lo que más nos animaba era ver a Naty, Layla y Majo. Ellas eran amigas de yoga de Leonel y profesionales en cintas y artes aéreas. Eran coaches de varias niñas que cada semana se preparaban para subirse en telas y hacer increíbles giros. Comenzó el espectáculo con unos minutos de tardanza y fue una puesta en escena bastante profesional. Las amigas de Leonel eran empleadas de la escuela que realizaba el espectáculo, y realmente hicieron un trabajo maravilloso.

El primer acto presentó a una niña que encontró un libro que la trasladó a un mundo de ensueño donde debía conseguir una serie de máscaras que la harían feliz o que, metafóricamente, salvarían el mundo. Es paradójico porque las cinco máscaras eran cosas que perseguimos constantemente para salvar «nuestro mundo» del colapso que pueden generar las expectativas de otros. Las máscaras eran: disciplina, sueños, alegría, valentía y amor. La disciplina era representada por el hacer, hacer y hacer. Cuanto más hagas, más lograrás tus objetivos en la vida y los demás van a envidiarte por todo lo que haces. Hacer te lleva a tener, por lo tanto hay que hacer mucho para tener mucho. Un mensaje muy raro, considerando que había cientos de niños presentes y también sabiendo que había cientos de padres que estaban allí recién llegados del trabajo con caras de agotamiento. Debemos hacer para lograr nuestra meta. Sin embargo, parece que la meta nunca se cumple y que hay que seguir haciendo. La disciplina puede ayudar, claro, pero puede no ayudar también. Cuando se transforma en religión, en cultura, en sufrimiento, en desborde, no es saludable.

Puedo escuchar a mi padre diciéndome que sea disciplinado para hacerlo quedar bien, a mi madre diciéndome que sea disciplinado para que los demás no digan nada de ella, al predicador diciéndome que sea disciplinado para que Dios me ame, a mi pareja diciéndome que sea disciplinado para ser buen padre: se trata de una disciplina que le conviene y le es funcional a otros. La disciplina que me lleva a hacer para el otro es un poder entregado en manos ajenas. La que me libera para ser la versión simple y clara de quien soy es realmente una disciplina sana.

Me viene a la memoria un cartel que encontré en un museo de piratas en la costa de Guayaquil que decía: «Quien no sirve, no sirve». Esta frase estaba tallada sobre la tabla rasa, una especie de pasillo hacia la muerte de aquellos que eran indisciplinados en el barco. Metáfora de la vida que vivimos: nos enseñan que hacer es válido para vivir en este barco existencial; el que no es así, tiene que morir, ser ignorado. Hay disciplinadores y disciplinados; ya lo decía Michel Foucault.

¿Y si no soy disciplinado según esa norma que se me impone? ¿Me quedo fuera? Posiblemente. Seguramente. Tristemente.

La segunda máscara para salvar el mundo de Masquerade era la que representaba los sueños. El mensaje decía que teníamos que soñar y perseguir todos nuestros sueños. Parece que estamos en una carrera donde cumplir nuestros personalísimos sueños es lo único que debe motivarnos. Comenzamos la carrera pensando en tener esto o aquello, en lograr ese título, esa relación, ese estatus, etc.; llegamos a la meta y como seres humanos insatisfechos buscamos más, nunca estamos saciados. Cuanto más tenemos, queremos más y sufrimos por no alcanzar eso que anhelamos. En esto, admiro las ideas del budismo oriental: una de sus enseñanzas supremas es la capacidad de soltar, dejar ir. Estar liviano. En nuestra cultura occidental nos apegamos, queremos tener, y por eso sufrimos tanto. Este acto realizaba una sobrevaloración de los sueños. Creo que el mayor sueño que podemos tener es no tener sueños, sino una motivación intrínseca de seguir viviendo. No creo que los grandes maestros hayan sido felices por haber alcanzado sus sueños sino porque hicieron de su diario vivir un disfrute, sin desear constantemente alcanzar sueños. Sin embargo, los niños y adultos que estábamos en ese teatro aplaudimos esta cárcel que se nos proponía.

Alegría era la próxima máscara necesaria para salvar ese mundo. La pasión que ponemos en mantenernos alegres nos roba mucha energía. Tengo amigos que mantienen su cara de trasero, pero son gente feliz. Tengo una amiga uruguaya que tiene una expresión constante de mala onda. Conocerla me hizo dar cuenta de que no todo se expresa por el rostro: ella, sin un smile grabado en su cara, es quizás la persona más despreocupada y feliz que conozco. El smile se nos impone. Una madre le dice a su hija adolescente que cambie la cara, un hombre le pide a su esposa que cambie la cara, la mujer interroga al esposo por la cara que tiene: tenemos que tener una sonrisa siempre para que nadie pregunte ni diga nada. Una cara sin una sonrisa es más sincera, honesta y frágil que una cara llena de sonrisas. Estar alegre es pasajero, no es constante; algunos afirman que en eso reside la diferencia con el gozo. El gozo es constante, aun con cara de culo; es saberse feliz porque nada ni nadie interrumpirá la consistencia del valor que uno tenga. La cara no denota mi valor. Tener una cara sonriente y bonita puede ser síntoma de algo grave. Prefiero caras transparentes, sean tristes o no; las prefiero honestas.

La cuarta máscara que Alyssa debía conseguir era la que simbolizaba a la valentía y realmente  esperaba el clímax de la representación. Allí, Majo hizo una demostración clara de esta característica: subió a sus telas y las condujo como ella quiso. Ha ganado grandes premios que no la han encandilado, y en su actitud hacia este arte se notaba. Fue, en mi opinión, una de las mejores muestras de la noche. Bajó de las telas y el público explotó en aplausos, porque la valentía se nota, la valentía mueve la voluntad, la valentía es honesta consigo misma. Quien la encarna no debe hablar, solo vivir, fluir, dejarse ser.

La quinta y última máscara era el amor. La representación tenía lugar en un candelabro. Una puesta en escena muy vistosa, notoria y diferente a las demás. La encargada de realizar el acto era una mujer rubia, con un traje muy particular y distintivo, una especie de mujer fatal que desentonaba con el resto de las personas que estaban en escena. No me pareció nada representativo al amor sino todo lo contrario: su vestido era negro, oscuro y los rasgos faciales de la mujer denotaban más bien odio. Después de su espectacular acto, nadie aplaudió. Quizás representaba a la otra cara del amor: el odio. Alguien dijo que el odio es el amor enojado. Esta mujer era eso mismo: amor enfadado.

El último acto fue muy raro, bizarro, fuera de contexto. Era una especie de lucha en el mismo candelabro entre dos mujeres: una que representaba el amor y otra que quería destruir a Alyssa –ya no al mundo Masquerade–, que representaba la vanidad. La lucha fue muy burda en medio de piruetas poco artísticas y muy similares a las vistas en los cabarets de Las Vegas. No me gustó para nada. O quizás me hubiese gustado estando en un cabaret de Las Vegas con algunas copas encima, pero esa no era la situación. Finalmente, la mujer rubia que representaba al amor le ganó a la vanidad y se terminó todo. El mundo enmascarado se salvó. O no.

Tapar el rostro siempre ha sido metáfora de vergüenza, de miedo, de culpa. En las pinturas, en las fotos y en las escenas del cine, un rostro oculto denota algo enfundado. Esta obra demostraba que la vida puede ser tapada por máscaras como la disciplina: si haces mucho, otros no verán tus miserias. Si sueñas, no serás perezoso o vago o pobre. Sin embargo, no te avisaban que hay sueños que pueden transformarse en pesadillas, ni que los sueños, sueños son, y lo que realmente existe es gente que decide mover su voluntad para ser lo que es, para responder a su llamado de trascendencia. Tampoco se habló de la otra cara de la alegría: la tristeza; pasajera como la primera, pero que saca de nosotros mejores frutos. Se nos ocultó que la valentía es salirse de las líneas y que seremos criticados,  alienados y hasta desheredados por ser osados. Menos se nos avisó que valentía proviene de la palabra valor y que eso no es alcanzado, sino que lo tenemos desde siempre y hasta siempre, que no depende de lo que hagamos, digamos o tengamos. Se les mintió a niños y a adultos tratando de dar un mensaje sobre amor, donde una mujer no demostraba amor sino control sobre el escenario, no mostraba la humildad propia del amor, sino orgullo. Por último, la vanidad se mostró tal cual era. La mujer que la representaba parecía hecha para el papel. Creo que fue la mejor actriz en el escenario. Fue natural. 

Al finalizar la obra de artes aéreas nos fuimos a comer. Casualidad o no, fuimos con Amor y Vanidad. Las dos mujeres eran las directoras de la escuela que había montado la obra. Durante la cena  decidieron no integrarnos a sus conversaciones y su puesta en escena en la vida real denotó falta de amor y exceso de vanidad. El mundo de las máscaras había sido salvado en la vida de estas dos personas. Yo estoy tratando de realizar una maniobra para destrozarlo, por lo menos en la mía. Probablemente no lo logre.




Comentarios

  1. Muy bueno tu cuento , me gusto mucho esta lleno de contenido y de sabias reflexiones. Verdaderamente recomendable!!!

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